viernes, junio 30, 2006

Una tarde de lágrimas y cabezas bajas

"¿Y ahora quién querés que gane, mi amor?", preguntó la mujer en un bar porteño pocos minutos después de terminado el partido, mientras al Cuchu Cambiasso en Berlín no había quién pudiera consolarlo...
"¿Vos me estás cargando? -le replicó su marido-. Qué sé yo, ahora no puedo pensar en nada", agregó con un tono de enfado, un tanto por la inesperada despedida de la selección argentina del Mundial y otro poco por la pregunta inoportuna de su compañera.
Porque aunque fuera posible, nadie pensaba en el regreso a casa. Cada partido del Mundial, o mejor dicho cada encuentro que protagonizaba el equipo de José Pekerman, regía la agenda del día de una buena parte de la población. Como ayer, que minutos después de las 12 del mediodía, un señor que retiró antes a su hija del jardín corría desesperadamente por la calle (aunque para la pequeña era imposible seguirle el paso) con tal de no perderse ni un segundo más del duelo entre las dos potencias mundialistas. "¡Vamos Melu, vamos que ya empezó el partido!", la acuciaba su padre.
O como en la esquina de Cabildo y Juramento, donde el canto de unas cuantas colegialas (que habían decidido faltar al colegio y reunirse en un bar para ver el partido) se escuchaba con fuerza. "¡Hay que saltar, hay que saltar, el que no salta... es alemán!"

Sensaciones encontradas
¿Y qué ocurrirá a partir de hoy? "Ahora hay que volver a empezar", respondió un vecino de Núñez. "Tengo una mezcla de bronca, tristeza y ganas de llorar. Es un bajón perder así. Ayer me gasté todo y compré el plasma, estaba seguro de que pasábamos a la semifinal. Me quiero morir, tendría que haberlo visto en el otro televisor, aunque sea por cábala", se lamentaba Sebastián Izquierdo.
Así de fácil, en tan sólo 120 minutos, la ansiedad, la euforia y las expectativas que iban incrementándose con el correr de los días (para la Argentina fueron 22) desaparecieron de repente. La ilusión quedó en el camino, y la polémica -como no puede ser de otra manera en el escenario futbolero-, se abrirá en torno del análisis táctico que el director técnico argentino decidió imponer frente a Alemania.
Que tendría que haber entrado Messi, que la lesión de Abbondanzieri complicó mucho las cosas o que los cambios que realizó José no fueron los más acertados, entre una interminable lista de reclamos, fueron algunos de los comentarios más escuchados en otro bar cerca del Obelisco, donde ayer un grupo de personas -la mayoría jóvenes-, se reunió para "festejar".
"Claro que estoy triste, pero igual hay que festejar. Llegamos hasta acá y perder con México hubiera sido peor. Hay que reconocer que la Argentina jugó bien", se consolaba Alejandro Aparicio mientras le compraba a su hijo un póster de la selección por dos pesos.
"Los penales son como la lotería, le jugás al 60 y seguro salen el 59 y el 61. Es así... cuestión de suerte nomás -opinó Charly Romero junto a su puestito callejero, donde una gran cantidad de camisetas, gorros, vinchas, trompetas y banderas de todos los tamaños quedaban apiladas sobre la mesa-. Si llegábamos a ganar, de todo esto no quedaba nada, hasta los hilos hubiera vendido. Qué sé yo, lo guardaré para lo próxima."
Finalmente, y después de intercambiar opiniones con otros hinchas, el señor del bar le contestó a su mujer. "No quiero que ganen ni Alemania ni Brasil, eso seguro. Pero este Mundial ya fue, ahora habrá que esperar otros cuatro años más", se lamentó mientras salía del bar con la bandera sobre los hombros.
Lentamente, la ciudad volvió a tomar su ritmo, la gente reanudó sus tareas y entre las caras largas, aunque sea por momentos, aparecieron algunas sonrisas. "El fútbol es el fútbol, y los argentinos somos muy apasionados. Después de unos días, la bronca se te pasa, pero bueno, ya hay que empezar a trabajar para ir a Sudáfrica", concluyó Pablo entre risas.

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