martes, junio 30, 1998

El concepto se fue al tacho

(04-07-1998) MARSELLA. Dignidad, orgullo, coraje, corazón... Son palabras que encierran conceptos importantes y que a esta hora suenan como vacías. Porque se las come la imagen de una Argentina que se olvidó de todo. Y lo único que hizo, en ese segundo tiempo que dio pena y bronca al mismo tiempo, fue meterse en su área. Y esperar que no explotaran Bergkamp, Kluivert, Overmars o cualquiera de esos hombres de camiseta naranja que jugaron un partido por el Mundial como se debe: con convicción, temple y una irrefrenable ambición por ganar.
Por eso, con todo lo antipático que suena, el partido no podía terminar de otra manera que con el triunfo de Holanda. Porque Argentina había decidido, en el segundo tiempo, olvidarse de pelear por el triunfo y apostar a la supervivencia. A que el tiempo pasara, a que los penales lo pusieran en la semifinal, a que un rival se equivocara.
Pero Holanda, que comenzó con terribles errores defensivos, cada vez se equivocaba menos. Porque Davids era un motor en el medio; porque Jonk aportaba criterio, claridad y el pase justo; y porque del medio hacia arriba la Naranja era mecánica. Tocaba y tocaba con precisión, con velocidad, con... En fin, con toques de billar, por definirlos de alguna manera.
Frente a eso, el equipo de Passarella defendía con cinco jugadores. Y todos colaboraban en retrasarse y meter pierna para neutralizar. Ya nadie, es una obviedad decirlo, ponía un poco de corazón para ayudar a Ortega. Que pedía la pelota, amagaba, frenaba, engañaba holandeses y recibía demasiadas patadas. Solo contra el mundo.
Pero las tardes de fútbol dan oportunidades. Y Argentina las tuvo. La más excitante llegó con ese palazo de Batistuta que pegó en un poste cuando la superioridad de los europeos era casi violenta.
Porque si Argentina nunca logró jugar bien en este partido, lo claro, también, es que fue de más a menos sin freno. En el primer tiempo quiso pelearles un poco el partido a los holandeses. Y después de ir perdiendo, empató: eso fue una muestra de que se podía. Aunque fuera difícil, aunque el equipo de Hiddink jugara bien. Pero hubo un momento en el cual la Selección dijo basta. Y lo lamentable fue que todavía faltaba un tiempo para terminar el partido, cuarenta y cinco minutos para intentar seguir en el Mundial. Jugar mal se puede, siempre es una posibilidad. Lo que no se concebirá jamás será el dejar de intentar.
La verdad es que si el triunfo de los holandeses tardó en llegar fue porque les faltó profundidad y porque aunque juegan bien son mucho menos perfectos de lo que los imaginó Passarella. Que quedó eliminado del Mundial mucho antes de quedar eliminado: cuando tiró todos sus conceptos al tacho de basura y les pidió a sus jugadores que aguantaran y rezaran.

El desahogo llegó tras los penales y la angustia

SAINT-ETIENNE.- Era de esperar que para la Argentina se acabara el Mundial del trotecito, de los triunfos por presencia y portación de nombre en un grupo clasificatorio que fue de prácticas oficiales. Hubo un cambio radical y se le vino todo encima. Aumentó la exigencia y también irrumpieron el sufrimiento y la angustia. Es ínfima la frontera entre el todo y la nada. El no poder con un hombre más durante 75 minutos, el cansancio, el rezo, la imploración, el desahogo que se hace desear. La suerte de cuatro años de preparación jugada a cara o ceca en la lucidez de un remate o en la intuición de un arquero. Como en toda situación extrema, hace falta un héroe, un salvador. Y aparece Lechuga Roa para llevarse los laureles. Como en el Mundial Ô90, la Argentina sube con los penales.

Sin ninguna lógica
Hubo varios partidos de fútbol en 120 minutos imprevisibles. Desconcertantes por momentos; atrapantes siempre. El partido no tuvo regla ni lógica. Hubo corazón, atrevimiento, confusión. El encuentro le saca letra a la táctica y le da cuerda a los sentimientos.Se juega en la cancha y en las tribunas. Está para cualquier cosa. Se puede definir por alguna genialidad de Owen -el distinto a todos por velocidad y clase-. Por alguno de los tantos desatinos del árbitro Nielsen -alucinó faltas que no existieron, como los dos penales que sancionó, e ignoró el manotazo de Chamot a la pelota dentro del área, para evitar el cabezazo de Shearer. Por la incomprensible sustitución de Batistuta para darle lugar a un Crespo que no pudo disimular su larga inactividad por lesión. Por un Ortega que abría huecos entre los mastodontes ingleses; que se equivocaba, sí, pero en muchas ocasiones por falta de compañía. Por el empuje desprolijo de la Argentina. Por los zarpazos que sacaba ese león herido que era Inglaterra.
A los 5 minutos ya teníamos la avivada de un nuevo Diego, como en el ´86. Simeone se enganchó solo con Seaman y completó el arte de la simulación con la zambullida. Todo ficticio, pero real para el juez danés. Batistuta dobló las manos de Seaman con el penal, pero el 1 a 0 no es tranquilidad. Cinco minutos más tarde, Owen fue otro cultor del engaño. Voló sin que Ayala lo tocara. La potencia de Shearer señaló el 1 a 1.
Cuando la Argentina empezaba a aburrir con los pelotazos, el juvenil Owen devolvió una genialidad digna de Maradona. Arrancó en el círculo central y le puso la quinta velocidad a su gambeta. Imparable para Chamot, Ayala y Roa. Un golazo.
Todo se daba vuelta y hasta sobrevoló la sentencia con un tiro cruzado de Scholes. El equipo era puro nervios adelante. Ortega no podía hacer todo; Verón no aparecía; Batistuta y López no se entendían ni por señas.
Igual, la Argentina atropellaba por tumulto. Hasta que logró algo vital: no irse al descanso con el peso de una derrota. Tiro libre en tiempo de descuento. Jugada preparada para que Zanetti pase por detrás de la barrera y defina con un zurdazo cruzado. Bondades del pizarrón de la semana.
De arranque en el segundo tiempo, Beckham responde con un puntapié a una provocación de Simeone y se va expulsado. El desequilibrio numérico no se refleja en el desarrollo. Passarella patea el tablero al reemplazar a uno de los goleadores del Mundial. Con Gallardo, el equipo busca agruparse en el toque, pero sin claridad. Queda la sensación de que la Argentina deja pasar una gran oportunidad por falta de decisión e ideas. Ya en el suplementario, Ortega no puede levantar las piernas. Hay penales. Hay incertidumbre. Agonía cuando erra Crespo. La resurrección la trae Roa al tapar los remates de Ince y Batty. La Argentina sigue en el Mundial. Con poco fútbol, la emoción al tope y mucho de suspenso.


Lo bueno
La clasificación argentina para cuartos de final, que mejoró lo hecho en los Estados Unidos. Aun sin gran consistencia, el equipo sigue siendo candidato para luchar por el título.

Lo malo
El seleccionado no aprovechó los 75 minutos que jugó con un hombre de más. El capricho de Passarella en sacar a Batistuta e impedir que se juntara con Gallardo y Ortega.

Lo lindo
El clima que hubo en las tribunas. El estadio Geoffroy Guichard tuvo una gran efervescencia por los cambios en el resultado y los cánticos de los argentinos e ingleses.

GOLES:
1er tiempo: 6m, Batistuta (A) de penal; 10m, Shearer (I) de penal; 16m, Owen (I); 45m, Zanetti (A).
Penales: Para Argentina convirtieron Berti, Verón Gallardo y Ayala, Seaman contuvo el remate de Crespo. para Inglaterra marcaron Shearer, Merson y Owen, Roa atajó los disparos de Ince y Batty.

viernes, junio 26, 1998

Este es un equipo en serio

BURDEOS, Francia.- Este seleccionado es la fuerza de la solidaridad. La gente se identifica y se une en cánticos viejos, pero de esperanza imperecedera: "¡Volveremos a ser campeones, como en el ´86...!", o "¡Dale campeón!". Es el tercer triunfo consecutivo, el primero ante un rival (Croacia) que no se da por hecho con sólo estar en el Mundial, como ocurrió con Japón y Jamaica. En la cancha, once futbolistas le ponen significado a la palabra equipo. Solidez para no dejar nunca a un compañero solo. Espíritu de lucha: marcan los especialistas y también aquellos a los que les gusta más recibir la pelota que andar corriendo rivales, como Batistuta, Gallardo y Verón. No importa, se sacrifican por... el equipo. La Argentina fue un bloque compacto de mente y cuerpo. Saca provecho de una premisa que ya le dio la octava victoria consecutiva: asegurar el cero en el arco propio, porque adelante siempre aparecerá alguien para hacer tres puntos de una jugada. La generosidad del funcionamiento está para que alguien impensado como Pineda se convierta en definidor. Es la fórmula del triunfo que maneja este seleccionado: no dejar que el rival haga y construir lo propio entre todos. Nunca aceptará cambiar ataque por ataque. No entrará en esa ruleta rusa.
En las tribunas, no menos de 20.000 argentinos recrean la coreografía de cualquier cancha de nuestro país. Infinidad de banderas, el celeste y blanco en todos los rincones. Sólo el aspecto de coliseo romano del estadio Lescure advierte que la Argentina está a miles de kilómetros. Sólo geográficamente, porque el fútbol y los sentimientos hacen de Burdeos una postal cercana a Buenos Aires.
Primera virtud de la Argentina: pese a las cuatro variantes, no perdió la identidad. Mantuvo el orden y el entendimiento entre las líneas. El recambio le dio lugar a alguien muy pedido: Gallardo, que no desperdició su primera oportunidad de titular. Dentro de un partido bastante cerrado, y jugado con mucho fastidio por los croatas en cada roce y fricción, el volante de River impuso su sello. Panorama y toque en aceleración. Movilidad y destino seguro para la pelota. No deslumbró, salvo cuando se le escapó a Bilic y a Simic y remató apenas desviado. Pero plasmó sus recursos técnicos en un encuentro decididamente volcado hacia la lucha.
De arranque pareció que Croacia le daría a la Argentina más problemas de los que realmente le creó. Suker le ganó en el salto a Vivas y cabeceó apenas desviado. Fue un aviso y nada más. A la cancha empezaron a sobrarles las áreas. Veintidós hombres se apretujaban en 60 metros y los costados quedaban vírgenes. Se multiplicaron los foules y todos se quejaban por los golpes.
De a poco, la Argentina demostró que era más compacta. Croacia, cada vez jugaba menos y se enojaba más con el árbitro. El manejo prolijo de Boban moría en las inmediaciones de Ayala.
Por momentos se notaba que los dos estaban clasificados por la falta de decisión para atacar. Pero la Argentina también sabe jugar al distraído: entre la presión de Pineda y Verón se recuperó una pelota en la mitad de la cancha. Siguió Gallardo, Ortega cruzó la pelota y la cabeza involuntaria de Simic trazó un pase exacto para que Pineda definiera de zurda.
Con la entrada del Piojo López se intentó explotar los espacios que dejaría Croacia. La victoria argentina nunca corrió riesgo, salvo cuando un tiro de Vlaovic sacudió el travesaño. En los últimos minutos se resignó la iniciativa porque ya no estaba Gallardo.
La Argentina pasó bien el examen más difícil de su zona. Ahora, a partir de los octavos de final, vendrá la hora de la verdad. Y la Argentina mostró argumentos para no ser desmentida con facilidad.


GOLES:
1er tiempo: 36m, Pineda

domingo, junio 21, 1998

La goleada sirvió para dar un envión de confianza

PARIS.- No debe haber mejor golpe de efecto que la descarga de una goleada en unos pocos minutos. Y mucho más si coincide con el final del partido. Se apodera de todas las sensaciones, porque la fuerza de los goles es la mayor de todas las razones. Es una ráfaga de contundencia que relega cualquier otro concepto global. Tapa errores y disimula dudas -que los hubo-. Hace olvidar lo malo y potencia lo bueno. La goleada es la dueña de la historia e impone sus reglas, al menos durante 90 minutos ¿Acaso hubo alguno de los miles de argentinos que ayer estuvieron en el Parque de los Príncipes que no le levantarían un monumento a Batistuta y a Ortega a orillas del Sena? La goleada también es exageración e ilusión.
La Argentina estuvo estacionada en buena parte del encuentro y se destapó con un final de fiesta. Aceptó la invitación de una Jamaica fácil de conquistar y la sacó a bailar. Los Reggae Boyz ofrecían su pista de espacios libres y sin derecho de admisión. Especialmente después de que el custodio de Ortega, Powell, fue despedido por maltratos. Los diez que quedaron para el segundo tiempo fueron franqueando lentamente el acceso. Y así pasaron todos. Especialmente si se trababa de Bati o del Burrito, dos personajes VIP en el área reservada para el arquero Barrett.
Para la Argentina terminó siendo más sencillo que una de las prácticas de L´Etrat. Nunca está de más regalarse una goleada, sobre todo con el antecedente del apretado debut. Sirve para reforzar la confianza en las fuerzas propias. Por la contundencia, por la clasificación asegurada para los octavos de final y por verse primero en el Grupo H, gracias a la diferencia de gol sobre Croacia.
Porque Ortega, en la primera etapa, con un toque de derecha tras una perfecto pase de Verón, destrabó un encuentro que, aunque parezca mentira a la luz del 5 a 0, no era una agradable excursión parisina para los muchachos de Passarella. Porque Batistuta no podía dejar pasar esta oportunidad ante un rival tan permeable a su potencia. Parecía un acto de indulgencia con los jamaiquinos que Bati no hubiera marcado cuando al cotejo le quedaban poco más de 15 minutos para el final. Pero en 11 minutos, entre los 27 y los 38, le puso su rúbrica a la goleada y se convirtió en hombre-récord.
Fueron cinco, pero la cuenta pudo estirarse más. Fue una goleada, hija de la contundencia y prima lejana de una gran actuación.
Hay que ubicar esta victoria holgada en su contexto. Jamaica carga con las limitaciones y la inocencia de su fútbol apenas nacido. La Argentina corrigió un defecto visto ante Japón: se paró más adelante en el campo, con Simeone en función definida de volante y sin tantas obligaciones de correr para atrás. De arranque, el equipo mostró una actitud más decidida. Jamaica perseguía con marcas individuales a todo lo que se moviera en su campo. Mientras, el seleccionado cedía la iniciativa y se complicaba con los piques de Hall. Cuando empezaba a correrse el riesgo de que Jamaica se animara más de la cuenta, Verón y Ortega pegaron ese innegable salto de calidad que hay entre los dos equipos.
Powell descargó su bruta impotencia sobre las piernas de Ortega y a Jamaica le esperaba un segundo tiempo con un hombre menos. Demasiado. Especialmente cuando el técnico decidió mantener dos delanteros con la entrada de Boyd. Ya nadie siguió a nadie y todos miraron y sufrieron cómo Ortega, Batistuta y compañía armaban un gol hasta de la jugada más insignificante. Bati ajustició con dos derechazos cruzados y el jujeño con otro toque, ahora de zurda.
En el anuncio de ayer se habló de una clasificación cantada. Se agregó un baile de selección. Valioso si se toma conciencia de que esta pieza no se repetirá más en las próximas funciones del Mundial.


Lo lindo
Sin duda, lo mejor de Jamaica estuvo en las tribunas, con su color amarillo omnipresente y la cadencia del reggae. Miles de argentinos compartieron pacíficamente las tribunas con ellos. Antes, bailaron juntos en las calles aledañas al estadio. Esta vez hubo muchas más banderas nacionales que en el debut en Toulouse.

Lo bueno
El seleccionado consiguió la clasificación para los octavos de final con una goleada y un final a toda orquesta. Batistuta y Ortega fueron una pareja terrible. Combinaron fútbol y potencia. Jamaica empezó con un montón de marcas individuales y terminó rendida.

Lo malo
Ya parece una constante: la lesión de Sensini. Ante Japón fue una luxación en el anular izquierdo y ayer dejó la cancha prematuramente, a los 24 minutos, con un fuerte dolor en el muslo izquierdo. Es una baja muy importante por la seguridad y experiencia que le da a la defensa.

Lo feo
La advertencia de la FIFA a la Argentina porque no todos los jugadores de la Argentina pasaron por la zona mixta (sector de entrevistas). No cumplieron con una disposición obligatoria. Así, el seleccionado demostró que quiere mantener su postura dura y esquiva con el periodismo.

GOLES:
1er tiempo: 30m, Ortega
2do tiempo: 10m, Ortega; 27m, 33m y 38m (penal), Batistuta

domingo, junio 14, 1998

Solo un golazo y nada más

TOULOUSE, Francia.- Desconocer el valor del triunfo sería tan necio como ignorar la bondad que tuvo el sorteo al poner a Japón como obstáculo del debut. Exagerar la importancia de estos tres primeros puntos sería tan equivocado como pensar que no hay nada por mejorar.
La Argentina arrancó el Mundial con la victoria esperada y un ritmo de práctica impensado. Más que fabricarlo, que construirlo cuidadosamente, el éxito le salió como pudo. Apretado al comienzo y apurado en el final, más cerca del harakiri que de la fiesta.
De tan atado, al seleccionado se le soltó apenas un gol y pocas cosas más. Sólo la categoría internacional de Batistuta y Sensini, quienes le demostraron al primerizo Japón que la experiencia de haber jugado mundiales es algo más que materia de charla con amigos y familiares. Sirve para ganar encuentros complicados (en este caso, más por indolencia argentina que por méritos rivales). Bati se ganó el jornal: definió, con un toque sereno, un partido en el que a la Argentina le quedó muy lejos el arco del siempre atento Kawaguchi. Para Sensini, anticipar, esperar o cerrar le daba lo mismo: siempre devolvió la pelota al campo japonés.
Un mérito del seleccionado en la teoría: no salió a lo loco, no fue un torbellino de confusión. Un error en la práctica: sólo tocó para permitir que Japón se armara y ocupara bien los espacios en la defensa. La supuesta tranquilidad derivó en una actitud floja, demasiado relajada.
Japón esperó y respetó. ¿Alguien imaginaba otra cosa?; seguramente no. La Argentina se movía con lentitud y sin sorpresa. ¿Alguno pensaba encontrarse con otra cosa? Desde ya que sí.
Hay un concepto que forma parte del diccionario cotidiano de Passarella: volumen de juego. Bueno, ayer, los decibeles que le sacaron a la pelota fueron bajísimos. Con un Ortega insólitamente poco comprometido con el desarrollo. No desequilibró por peso individual ni por asociación colectiva; que haya generado varios tiros libres es sólo una pequeña porción de lo que puede ofrecer el jujeño. El seleccionado lo extrañó y el auxilio no surgió de ningún otro hombre. Aun con la crisis de conducción que mostró el equipo, Passarella se resistió los 90 minutos a incluir a Gallardo. El problema no era tanto conseguir la pelota, sino utilizarla bien. Faltaron criterio y profundidad. Gallardo podía ser la solución a la que no se recurrió.
Si no fuera porque se trataba de un Mundial y del clima colorido y bullicioso, daban ganas de desentenderse de lo que ocurría en la cancha.
El seleccionado quebró por un rato su abulia cuando encontró el gol: impetuoso arranque de Ortega y Simeone, rechazo defectuoso de Nanami y negocio para Batistuta. Fue el despertar del goleador: minutos después, un cabezazo suyo fue devuelto por un poste y López no pudo definir.
Se dirá que la Argentina no pasó mayores sustos en defensa, salvo cuando a Simeone le dolíeron mucho los pelotazos que a su espalda buscaban la proyección de Narahashi. Se contesta que Japón no se decidió a atacar ni aun en desventaja.
Sólo empujó un poco por la inercia del final, luego de que la Argentina dejó pasar los minutos y la definición. La media hora de Balbo, en su vuelta al seleccionado, lo mostró como un extraño más del equipo. No hubo derroche de oportunidades; apenas una de Simeone y otra de Ortega. Mientras Akita, con un cabezazo cruzado, agitó el sufrimiento.
Con el final, los jugadores se abrazaron por el triunfo, pero el rendimiento no invitó a vivirlo desde afuera con efusividad.
La Argentina pasó por la tierra que, dicen algunos, vio nacer a Carlos Gardel. Y si quiere entrar en la leyenda futbolística, cada día tendrá que jugar un poquito mejor.

GOLES:
1er tiempo: 28m, Batistuta