miércoles, junio 12, 2002

La decepción más grande de las últimas décadas

MIYAGI, Japón.- Hace muy poco, en las horas previas del debut de la Argentina ante Nigeria -algo que parece del paleolítico ahora que se abrió el dique de la desazón colectiva-, decíamos que ante tantos sueños existenciales insatisfechos del pueblo argentino, bien valía la pena un desvelo futbolístico a la distancia, frente a un televisor, por un equipo que en los últimos años venía captando adhesión y respeto. Pero con una rapidez inusitada tomó cuerpo una pesadilla en forma de eliminación, y así todo un país se contagió de la decepción más grande que sufrió el fútbol argentino en las últimas décadas. Sin la más mínima simetría entre las expectativas que despertaba el equipo y su corto vuelo oriental. Sin relación entre su condición de candidato y favorito y una despedida teñida de insistencia ofensiva, pero cubierta también de una impotencia lapidaria.
Hoy, luego del empate 1-1 con Suecia, cuando todavía hay mucha incredulidad y la salida del Mundial puede dejar atónito y sin respuestas a más de uno, este repaso apunta a ir desentrañando algunos interrogantes.

-¿Por dónde pasó la clave de la eliminación argentina?
-Le costó una enormidad resolver partidos en los que los rivales le cedieron la iniciativa. Los tres encuentros resultaron casi un calco: Nigeria, Inglaterra y Suecia se plantaron con un 4-4-2, que traducido significaba dos líneas de cuatro paradas en campo propio. Ningún rival le planteó un partido cara a cara, salió a devolverle ataque por ataque. Está claro que eso, en función de los resultados, dice muy poco, porque los que fueron conservadores y especularon hicieron su negocio, y el más generoso pagó caro su impotencia y escasa resolución en los últimos 25 metros. Para aquellos que aún confían en las bondades de un fútbol audaz, el catenaccio sigue gozando de buena salud. Este equipo solía someter a sus rivales, y acá sufrió con cada partido.

-¿Por qué la Argentina se quedó sin gol?
-Al conjunto de Bielsa se le atragantó el gol y eso permanecerá como el sello distintivo de su breve paso. Dos tantos, ambos de pelota detenida (un córner y un penal), son un reflejo muy deficitario para la eficacia que traía este equipo y para la búsqueda casi constante que lo guió en los 270 minutos. La intención de abrir por los costados a rivales que se cerraban prosperó en ocasiones, pero chocó repetidamente contra la falta de un destinatario para tanto centro o contra defensas europeas, como la inglesa y la sueca, que hicieron valer su poderío aéreo. Todo se fue uniendo: a la falta de remate argentino se acoplaron defensas muy bien organizadas, que no se equivocaron nunca, al igual que sus arqueros. Cualquier seguidor del Mundial advertirá goles en otros cotejos que se producen por errores o desatenciones. Bueno, la Argentina se estampó contra esquemas poco menos que perfectos.
Al margen de las virtudes ajenas, la Argentina se repitió en su mecanización, muchas veces se hizo previsible y recurrió poco a la solución improvisada de la gambeta, al cambio de ritmo, al toque como agente de distracción. Y la comunicación entre el funcionamiento y Batistuta o Crespo, los faros para terminar las jugadas, nunca estuvo aceitada ni fue el arma esperada.

-¿Cómo salen los jugadores de esta experiencia mundialista?
-Una gran mayoría, con el prestigio en baja. Previamente era muy poco lo que se les podía reprochar: no mostraron soberbia, fueron ubicados cuando quisieron empalagarlos con el favoritismo, se advertía camaradería y un buen clima de convivencia y todos estaban consustanciados con el proyecto del técnico.
Por si faltaba algo más, el plantel era consciente de que ésta era su oportunidad histórica por una cuestión generacional y la experiencia acumulada que la base traía de Francia `98. Con los partidos a la vista, las respuestas en el campo fueron tensas y de bajo relieve en quienes debían llevar el peso del equipo, salvo Aimar, el que más confió en su fútbol inteligente y agresivo.
Nadie quitó el hombro y todos trataron de contribuir a la causa, pero el equipo no alumbró al líder que hace falta para llegar a las alturas, como lo fue Kempes en el ´78 o Maradona en el ´86. No se encontró al hombre que contagiara, fuera por condiciones o por temperamento. No lo fue Bati, con su potencia ofensiva, ni Verón como supuesto termómetro futbolístico. En ese sentido, a la Argentina se la vio despersonalizada.

-¿Influyó venir de banca o es preferible ser punto?
-Un tema que siempre da que hablar. El seleccionado, si bien nunca se trepó a ninguna ola triunfalista previa, tampoco daba muestras de sentirse incómodo por la alta consideración de que gozaba en el ambiente futbolístico. Debía cargar con este peso y con el de un país que lo eligió para distraerse de penurias cotidianas. Asumía una gran responsabilidad y para ello hacía falta mucha fortaleza de mente y espíritu, que además debía cicatrizar la herida emotiva que le provocó Inglaterra. Cargó con dignidad con ese legado, pero se privó de romanticismo aventurero. Estuvo atado y muchas veces parecía huir hacia delante como acto reflejo.
Venir de punto y cuestionado no sólo es algo que la idiosincrasia del argentino no rechaza, sino que sirve para extraerle lo mejor en cuanto a rebeldía y orgullo. El mejor ejemplo es el del vilipendiado seleccionado que antes de ser campeón en el `86 llegó a México bajo una lluvia de cuestionamientos.

-¿Cuál es la responsabilidad de Marcelo Bielsa?
-Medida en términos de profesionalismo, dedicación y honestidad deportiva, ninguna. Lo condena el resultado, pero lo redime la nobleza de su propuesta. Nunca puso excusas ni chivos expiatorios. Su concepción tan cerebral y sistemática del fútbol recortó una cuota de lirismo que quizá le hubiese servido al equipo para soltarse más dentro del campo.

Sólo se comprometió con lo que creía que era lo mejor para el equipo, y por eso no dudó en sacar a Verón, Batistuta y Simeone. Una rotación que demuestra que el equipo que venía tan bien armado, nunca terminó de aparecer del todo en tierras orientales.

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