viernes, junio 07, 2002

Primera desilusión. A ganar o ganar contra Suecia

SAPPORO, Japón.- Por si aún no se había enterado, el Mundial le acaba de informar a la Argentina de qué se trata el Grupo de la Muerte. Le hizo sentir los primeros escalofríos, le provocó temblores desconocidos, le revirtió el cuadro de situación que había quedado tras el debut triunfal ante Nigeria.
Aquello que era una clasificación encaminada, ahora es un futuro de incertidumbre, que sólo se resolverá con un triunfo ante Suecia. La Zona F se anunciaba como una brasa ,y el seleccionado empieza a lamerse las heridas de su primera derrota, que por exigua no deja de ser justa.
Porque surgió esta Inglaterra con unas evidentes ansias de desquite por la eliminación del 98, con una notoria motivación para jugar a cara de perro y hacer un partido de acuerdo con sus conveniencias.
Sin necesidad de redondear un rendimiento que llenara los ojos, los británicos contaron con argumentos de peso. A saber: individualidades influyentes, como Owen, un rayo mortificante para las defensas, y Scholes, el coloradito de Manchester que es un gran ordenador del juego por ubicación en el medio y justeza en el pase corto y largo; astucia para apelar al pelotazo desde la salida y evitar la presión que la Argentina suele ejercer sobre el rival en su campo, y una rigurosidad defensiva que impidió que nuestro seleccionado pusiera un hombre cara a cara con el seguro Seaman en toda la noche.
Aun en un día desteñido, con desperfectos en todas sus líneas, la Argentina inspiró en Inglaterra el respeto que sólo se le dispensa a los adversarios de gran porte.
Porque los británicos se fueron enamorando de una victoria histórica y en los últimos 25 minutos archivaron cualquier vestigio de audacia, ésa que al menos habían mostrado en el comienzo del segundo tiempo con algunos contraataques que casi le permiten liquidar el pleito, para amurallarse cerca de su área y defender con alma y vida. La atracción por ponerle un candado al 1-0 se hizo tan irresistible, que a 10 minutos del final ingresó un defensor, Bridge, por Owen.
Si bien estaba desacostumbrada a las derrotas -no era vencida desde el 26 de julio de 2000, por 1-3 ante Brasil-, el trago amargo llegó con un síntoma infrecuente para la Argentina: la impotencia. Para casi todo: para jugar, para imponer el ritmo, para que su aceleración abriera caminos, para rebelarse contra la caída; hasta en el plano físico, rubro en el que el seleccionado normalmente se hace respetar, se vio superada por el anticipo y el arranque más explosivo del rival.
Como pocas veces le pasó a un equipo habituado a establecer las condiciones del partido, la Argentina quedó a remolque del plan inglés. Esta vez, el tejido colectivo se rompió por las deserciones individuales. A la cabeza de todas figura la de Verón, que completó uno de los peores encuentros que se le recuerde con la camiseta nacional (erró muchos pases y expuso al equipo a peligrosos contraataques).
Técnico que se fija más en las necesidades de su conjunto que en los pergaminos de los jugadores, Bielsa no dudó en reemplazar a Verón por Aimar, que le dio más vuelo y variantes al avance, aunque el repliegue británico dejaba pocos resquicios. El sacrificio de ilustres siguió con Batistuta por un Crespo absorbido enseguida por la marca. La entrada del Piojo López por el Kily González no encontró espacios para el pique y el desborde. Quizá teniendo en cuenta que el centro desesperado iba a ser el recurso más usado, no hubiera estado de más juntar a Bati con Crespo para la lucha cuerpo a cuerpo en el área.
La vía heroica del final, variable a la que en otras ocasiones apeló con buenos réditos, tampoco salvó al seleccionado. Así, en un estadio cubierto por una imponente mole metálica, la Argentina quedó bastante lejos de su techo.
Queda Suecia como único y complicado atajo para enderezar otra vez hacia el cielo y esquivar el acechante infierno.

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