
La Argentina arrancó el Mundial con la victoria esperada y un ritmo de práctica impensado. Más que fabricarlo, que construirlo cuidadosamente, el éxito le salió como pudo. Apretado al comienzo y apurado en el final, más cerca del harakiri que de la fiesta.
De tan atado, al seleccionado se le soltó apenas un gol y pocas cosas más. Sólo la categoría internacional de Batistuta y Sensini, quienes le demostraron al primerizo Japón que la experiencia de haber jugado mundiales es algo más que materia de charla con amigos y familiares. Sirve para ganar encuentros complicados (en este caso, más por indolencia argentina que por méritos rivales). Bati se ganó el jornal: definió, con un toque sereno, un partido en el que a la Argentina le quedó muy lejos el arco del siempre atento Kawaguchi. Para Sensini, anticipar, esperar o cerrar le daba lo mismo: siempre devolvió la pelota al campo japonés.
Un mérito del seleccionado en la teoría: no salió a lo loco, no fue un torbellino de confusión. Un error en la práctica: sólo tocó para permitir que Japón se armara y ocupara bien los espacios en la defensa. La supuesta tranquilidad derivó en una actitud floja, demasiado relajada.
Japón esperó y respetó. ¿Alguien imaginaba otra cosa?; seguramente no. La Argentina se movía con lentitud y sin sorpresa. ¿Alguno pensaba encontrarse con otra cosa? Desde ya que sí.
Hay un concepto que forma parte del diccionario cotidiano de Passarella: volumen de juego. Bueno, ayer, los decibeles que le sacaron a la pelota fueron bajísimos. Con un Ortega insólitamente poco comprometido con el desarrollo. No desequilibró por peso individual ni por asociación colectiva; que haya generado varios tiros libres es sólo una pequeña porción de lo que puede ofrecer el jujeño. El seleccionado lo extrañó y el auxilio no surgió de ningún otro hombre. Aun con la crisis de conducción que mostró el equipo, Passarella se resistió los 90 minutos a incluir a Gallardo. El problema no era tanto conseguir la pelota, sino utilizarla bien. Faltaron criterio y profundidad. Gallardo podía ser la solución a la que no se recurrió.
Si no fuera porque se trataba de un Mundial y del clima colorido y bullicioso, daban ganas de desentenderse de lo que ocurría en la cancha.
El seleccionado quebró por un rato su abulia cuando encontró el gol: impetuoso arranque de Ortega y Simeone, rechazo defectuoso de Nanami y negocio para Batistuta. Fue el despertar del goleador: minutos después, un cabezazo suyo fue devuelto por un poste y López no pudo definir.
Se dirá que la Argentina no pasó mayores sustos en defensa, salvo cuando a Simeone le dolíeron mucho los pelotazos que a su espalda buscaban la proyección de Narahashi. Se contesta que Japón no se decidió a atacar ni aun en desventaja.
Sólo empujó un poco por la inercia del final, luego de que la Argentina dejó pasar los minutos y la definición. La media hora de Balbo, en su vuelta al seleccionado, lo mostró como un extraño más del equipo. No hubo derroche de oportunidades; apenas una de Simeone y otra de Ortega. Mientras Akita, con un cabezazo cruzado, agitó el sufrimiento.
Con el final, los jugadores se abrazaron por el triunfo, pero el rendimiento no invitó a vivirlo desde afuera con efusividad.
La Argentina pasó por la tierra que, dicen algunos, vio nacer a Carlos Gardel. Y si quiere entrar en la leyenda futbolística, cada día tendrá que jugar un poquito mejor.
GOLES:
1er tiempo: 28m, Batistuta
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