domingo, junio 14, 1998

Solo un golazo y nada más

TOULOUSE, Francia.- Desconocer el valor del triunfo sería tan necio como ignorar la bondad que tuvo el sorteo al poner a Japón como obstáculo del debut. Exagerar la importancia de estos tres primeros puntos sería tan equivocado como pensar que no hay nada por mejorar.
La Argentina arrancó el Mundial con la victoria esperada y un ritmo de práctica impensado. Más que fabricarlo, que construirlo cuidadosamente, el éxito le salió como pudo. Apretado al comienzo y apurado en el final, más cerca del harakiri que de la fiesta.
De tan atado, al seleccionado se le soltó apenas un gol y pocas cosas más. Sólo la categoría internacional de Batistuta y Sensini, quienes le demostraron al primerizo Japón que la experiencia de haber jugado mundiales es algo más que materia de charla con amigos y familiares. Sirve para ganar encuentros complicados (en este caso, más por indolencia argentina que por méritos rivales). Bati se ganó el jornal: definió, con un toque sereno, un partido en el que a la Argentina le quedó muy lejos el arco del siempre atento Kawaguchi. Para Sensini, anticipar, esperar o cerrar le daba lo mismo: siempre devolvió la pelota al campo japonés.
Un mérito del seleccionado en la teoría: no salió a lo loco, no fue un torbellino de confusión. Un error en la práctica: sólo tocó para permitir que Japón se armara y ocupara bien los espacios en la defensa. La supuesta tranquilidad derivó en una actitud floja, demasiado relajada.
Japón esperó y respetó. ¿Alguien imaginaba otra cosa?; seguramente no. La Argentina se movía con lentitud y sin sorpresa. ¿Alguno pensaba encontrarse con otra cosa? Desde ya que sí.
Hay un concepto que forma parte del diccionario cotidiano de Passarella: volumen de juego. Bueno, ayer, los decibeles que le sacaron a la pelota fueron bajísimos. Con un Ortega insólitamente poco comprometido con el desarrollo. No desequilibró por peso individual ni por asociación colectiva; que haya generado varios tiros libres es sólo una pequeña porción de lo que puede ofrecer el jujeño. El seleccionado lo extrañó y el auxilio no surgió de ningún otro hombre. Aun con la crisis de conducción que mostró el equipo, Passarella se resistió los 90 minutos a incluir a Gallardo. El problema no era tanto conseguir la pelota, sino utilizarla bien. Faltaron criterio y profundidad. Gallardo podía ser la solución a la que no se recurrió.
Si no fuera porque se trataba de un Mundial y del clima colorido y bullicioso, daban ganas de desentenderse de lo que ocurría en la cancha.
El seleccionado quebró por un rato su abulia cuando encontró el gol: impetuoso arranque de Ortega y Simeone, rechazo defectuoso de Nanami y negocio para Batistuta. Fue el despertar del goleador: minutos después, un cabezazo suyo fue devuelto por un poste y López no pudo definir.
Se dirá que la Argentina no pasó mayores sustos en defensa, salvo cuando a Simeone le dolíeron mucho los pelotazos que a su espalda buscaban la proyección de Narahashi. Se contesta que Japón no se decidió a atacar ni aun en desventaja.
Sólo empujó un poco por la inercia del final, luego de que la Argentina dejó pasar los minutos y la definición. La media hora de Balbo, en su vuelta al seleccionado, lo mostró como un extraño más del equipo. No hubo derroche de oportunidades; apenas una de Simeone y otra de Ortega. Mientras Akita, con un cabezazo cruzado, agitó el sufrimiento.
Con el final, los jugadores se abrazaron por el triunfo, pero el rendimiento no invitó a vivirlo desde afuera con efusividad.
La Argentina pasó por la tierra que, dicen algunos, vio nacer a Carlos Gardel. Y si quiere entrar en la leyenda futbolística, cada día tendrá que jugar un poquito mejor.

GOLES:
1er tiempo: 28m, Batistuta

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